Un terremoto vivido en carne propia es una experiencia de vida, vivirla con los seres queridos en el mismo momento es una tranquilidad que te mantiene frío y sin desespero. Eso fue lo que viví durante (lo que seria mas tarde) la catástrofe más importante vivida nunca por este país.Afortunadamente los sectores por donde me toco circular en las horas posteriores estaban sin grandes daños, mi departamento con una buena escoba y un poco de pintura se puede arreglar (tendré que finalmente ordenar mi oficina, alguna vez tenia que pasar), y la incertidumbre de amigos y familiares desaparecidos se fue disipando a medida que las comunicaciones se restablecieron. La vida se volvía normal lentamente, pero volvía a ser normal… al menos eso pensé.
Al volver a mi trabajo como cualquier día normal las informaciones continuaban llegando desde distintos puntos, radio, Internet, televisión que hablaban de pillaje, vandalismo, tristeza, hambre y desolación… pero eran ellos los que lo decían y, a pesar que lo verídico de sus pruebas, seguían siendo los medios.
Mi canal me envía, como parte de un equipo periodístico, a reportear una de las zonas más afectadas, y lo que necesitaba urgencia en el viaje… no me lo cuestioné, finalmente es parte de mi trabajo.
Descubrir la magnitud de esta tragedia fue como ir abriendo los ojos lentamente hasta quedar cegado con el destello de una realidad alarmantemente cruda.
Recorrer una autopista veloz y moderna durante un par de horas hasta llegar a ver las grietas en el suelo, disminuir de 100 a 0 en un par de minutos, y comenzar a descubrir la cara de todo esto. La luna como nunca brillaba llena para iluminar con su luz azul las dantescas imágenes.
Al llegar el día, el sol mostraba el detalle que la luna no dejaba ver. No era necesario buscar con la mirada alguna construcción destruida, esas imágenes llegaban a mi solas, como una avalancha… ni al cerrar los ojos dejabas de sentir la fuerza de una hecatombe.
Gente que solo caminaba, no se miraba, no se abrazaban, no lloraban… solo caminaban, y sin un lugar donde reunirse, porque caminaban en muchas direcciones distintas, y solo era eso, caminar… como si fuera lo único que había que hacer, caminar… pero sin avanzar a nada, solo poner un pie frente al otro y mover un cuerpo sin reacción y una mirada sin dirección. SOLO CAMINAR.
Recorriendo los lugares era encontrarse con botes que deberían estar en el mar estacionados sobre los techos de las casas, ver montones de escombros donde se mezclaban ropa, electrodomésticos, muebles y juguetes de niños, encontrar peces a cuadras de su río era impresionante. Detrás de un inodoro que estaba en el suelo vi un marco como de foto, era un diploma… “A la mejor y más leal colaboradora de un club de ancianos”, club que ya no existe.
Cuando comienza a caer la noche y el silencio se escucha en todos lados, viene la reflexión…y los cuestionamientos… ¿Cómo es posible que siendo nuestro país como es se permita construir al borde del río? ¿Los seres digitales como yo no sirven de nada cuando su celular, su Internet y su tecnología no funcionan? ¿Por qué no existe una red, una forma, una manera en que la reacción sea inmediata y no varios días después?
O la pregunta que más me estremeció… ¿hacia donde caminaba esa gente?
Lo que vi no tiene nombre, y si repetí muchas veces palabras es porque de verdad no existen las palabras para describir lo sucedido, y ningún reportaje, foto o relato de blog, podrá superar lo que realmente pasó.
Quiero invitarlos a hacer lo que más me impresionó… a caminar… pero a ayudar, a colaborar… con lo que mejor uno sabe hacer, hay gente que lo necesita, y esta vez… darle un objetivo a ese caminar.
2 comentarios:
Hola Oscar:
El tuyo es un relato sobrecogedor, que nos hace vivir intensamente cada uno de esos momentos apocalípticos.
Te mando un abrazo, amigo.
Realmente sobrecogedor... cabe destacar la importancia de no haber pasado ese horrible momento tan sola, como quizá muchas personas de nuestro país lo vivieron.
Gracias por ser una de las personas que estuvieron allí... con todos nosotros...
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